Violencia de Género, más sangre.
Una de cada tres mujeres mayores de 15 años ha experimentado alguna vez en su vida violencia sexual, física o ambas. En 2016 ya han sido asesinadas 40 mujeres.
La violencia machista también tiene un coste en términos económicos: 226.000 millones, según cálculos del Instituto de Igualdad de Género.
La violencia machista también tiene un coste en términos económicos: 226.000 millones, según cálculos del Instituto de Igualdad de Género.
“María, escóndete. Tu marido te quiere pegar fuego”, le avisaron.
“Con la cuchara que coges, con esa comes”, le respondió su familia cuando pidió cobijo.
Caridad tuvo más suerte. A ella la acogió la familia y desde allí combatió judicialmente a su maltratador, padre de sus hijos. Lo denunció hace 30 años.“Con la cuchara que coges, con esa comes”, le respondió su familia cuando pidió cobijo.
Entrevista realizaba en diciembre de 1015 y que reproduzco con motivo del Día Internacional de Violencia de Género.
Se llaman Caridad y Mari Medina. Tienen 65 y 42 años respectivamente. Las dos viven en Las Palmas de Gran Canaria; las dos tienen hijos y ambas han vivido duros procesos de maltrato, de violencia de género. Curiosamente la diferencia de edad tiene importancia en esta información. Personalmente quería escuchar a dos mujeres que habiendo dado los mismos pasos, denunciar a sus agresores, padres de sus hijos, pero en distintas épocas y distintas edades nos relataran sus pasos y decepciones.
Caridad lo hizo hace 30. Les recuerdo que en esa época eran escasas las mujeres que acudían a un juzgado a denunciar al macho de la casa pero ella sabía que un día después de los 4 años de aislamiento al que le sometió su marido, más algún golpe que se escapaba, lo que le esperaba a su lado era el infierno. Su marido, boxeador, elevó un día el listón de la agresión y los insultos y ella huyó. Caridad lo cuenta un poco emocionada. “Mira, desde que nos casamos comenzó a imponer el terror en la casa, el ordeno y mando, aquello de “es lo que yo digo y ya está”. De tal manera que me fue alejando de mi familia, de amigas, de todo. Yo vivía aislada en casa mientras el entraba y salía con quien le parecía”.
Les recuerdo que el calvario de Caridad y María lo contaron sin tapujos un martes en la Ser, dentro del espacio “Crónica en Blanco y Negro” que llevamos Evaristo Quintana y yo;
Los cuatro hijos de Caridad no eran ajenos al maltrato que sufría mamá y hoy dos de ellos, que entonces eran unos niños, lo recuerdan con miedo: Un día, dice, “mi marido, que siempre buscaba la forma de discutir, de pelear, etc., se molestó por algo que yo le reproché, seguramente relacionado con su vida de bares y mujeres y lo que hasta el momento había sido un bofetada se convirtió en una paliza…mírame aquí…”. Caridad muestra una foto de aquella agresión y su cara está ensangrentada y sus ojos desfigurados. En anteriores agresiones físicas ella decidió quedarse en casa hasta que las huellas de los golpes desaparecieran.
Prisionera en casa
“No quería que me viera nadie y menos que nadie mi familia, mi madre, mis hermanos o mis vecinos”. Sin embargo, el día que sufrió esa paliza Caridad se armó de valor y huyó de la casa. Bajó las escaleras a zancadas, tocó en la puerta de una vecina le pidió dinero para el taxi y se refugió en la casa de una hermana. Desde allí, con la ayuda de todos, principalmente de su madre, Isabelita, una mujer luchadora que militaba en el Partido Comunista presentó una denuncia contra su todavía marido. “Mi madre conocía al abogado Fernando Sagaseta que lo primero que me dijo fue que me hiciera la foto que acabas de ver; hazte una foto porque cuando lo llamen a declarar ya no tendrás huellas de los golpes y no te creerán” Y me la hice, claro”.
Cuando llamaron al agresor para prestar declaración y le preguntaron si había golpeado a su mujer naturalmente, lo negó. El abogado le mostró entonces la foto y fue condenado a una multa de 30.000 pesetas y arresto domiciliario. Ella perdió su casa. Él se quedó con los hijos y Caridad abandonó la vivienda, especialmente por miedo a que la golpeara de nuevo. “No quería vivir allí”. Desde ese momento el objetivo de Caridad fue recuperar a sus hijos que se habían quedado a merced del padre. Con el tiempo los tuvo a su lado y pudo vivir en paz, lejos de su ya ex marido. “Durante los meses que los niños vivieron con él los amenazó y me los echó encima diciendo lo último de mí. Lo peor. Pero el tiempo puso las cosas en su sitio y finalmente sus niños volvieron con ella, que la adoran. A la entrevista una de sus hijas la acompaña, la cuida y la admira…
Los cuatro hijos de Caridad no eran ajenos al maltrato que sufría mamá y hoy dos de ellos, que entonces eran unos niños, lo recuerdan con miedo: Un día, dice, “mi marido, que siempre buscaba la forma de discutir, de pelear, etc., se molestó por algo que yo le reproché, seguramente relacionado con su vida de bares y mujeres y lo que hasta el momento había sido un bofetada se convirtió en una paliza…mírame aquí…”. Caridad muestra una foto de aquella agresión y su cara está ensangrentada y sus ojos desfigurados. En anteriores agresiones físicas ella decidió quedarse en casa hasta que las huellas de los golpes desaparecieran.
Prisionera en casa
“No quería que me viera nadie y menos que nadie mi familia, mi madre, mis hermanos o mis vecinos”. Sin embargo, el día que sufrió esa paliza Caridad se armó de valor y huyó de la casa. Bajó las escaleras a zancadas, tocó en la puerta de una vecina le pidió dinero para el taxi y se refugió en la casa de una hermana. Desde allí, con la ayuda de todos, principalmente de su madre, Isabelita, una mujer luchadora que militaba en el Partido Comunista presentó una denuncia contra su todavía marido. “Mi madre conocía al abogado Fernando Sagaseta que lo primero que me dijo fue que me hiciera la foto que acabas de ver; hazte una foto porque cuando lo llamen a declarar ya no tendrás huellas de los golpes y no te creerán” Y me la hice, claro”.
Cuando llamaron al agresor para prestar declaración y le preguntaron si había golpeado a su mujer naturalmente, lo negó. El abogado le mostró entonces la foto y fue condenado a una multa de 30.000 pesetas y arresto domiciliario. Ella perdió su casa. Él se quedó con los hijos y Caridad abandonó la vivienda, especialmente por miedo a que la golpeara de nuevo. “No quería vivir allí”. Desde ese momento el objetivo de Caridad fue recuperar a sus hijos que se habían quedado a merced del padre. Con el tiempo los tuvo a su lado y pudo vivir en paz, lejos de su ya ex marido. “Durante los meses que los niños vivieron con él los amenazó y me los echó encima diciendo lo último de mí. Lo peor. Pero el tiempo puso las cosas en su sitio y finalmente sus niños volvieron con ella, que la adoran. A la entrevista una de sus hijas la acompaña, la cuida y la admira…
María Medina. 43 años, madre de una niña. Una niña que nunca sabrá que fue ella, tan chiquita, la que le dio fuerza a mamá para poner freno a su eficaz maltratador, el papá de la criatura. “Si alguien sabe lo que es terror, pánico, miedo invalidante, esa soy yo”, comienza. María era y es una chica joven y guapa. Trabajaba en un bar de copas y una noche entró por la puerta lo que ella creía que sería el amor de su vida, su ángel salvador.
“Cautivador, guapo, simpático, divertido, generoso. Poco a poco entablamos una amistad hasta que formalizamos una relación. Es decir, nos fuimos a vivir juntos. Yo creo que no había pasado una semana cuando comencé a observar en él a un hombre crispado, agresivo, que nada tenía que ver con el encantador de serpientes que había conocido aquella noche. Al mes y poco sin que yo recuerde por qué me dio unas bofetadas y yo asombrada, porque nunca me había pasado eso. Las agresiones de ese tipo eran casi a diario. Poco a poco fue tejiendo en mí la idea de que me pegaba porque yo me lo merecía; que no le hacía caso o no le tenía los pantalones preferidos preparados y como eso, mil cosas. Es más, yo misma acabé pensando que lo que me hacía me lo merecía. Que no me portaba bien con él, vamos, y que la consecuencia era esa, pegarme. Yo cuando hoy pienso en aquello entiendo que muchas mujeres no pueden salir de ese túnel. Y hablo por mí, Era una sumisión tan, tan grande que acabas poniendo tu vida en peligro por estar con él. Tremendo”.
“A la niña, no”
Pero ¿cuándo puso María punto y final a su calvario doméstico? “Te lo cuento. Yo aguanté todo lo que te puedes imaginar, golpes, gritos, atropellos, humillaciones etcétera pero el día que me pegó con mi niña en brazos ese día dije, hasta aquí. Durante la agresión le dio un golpe en el brazo de nuestra hija y cuando escuché su llanto me rebelé. Llamé a la policía y entre uno de ellos, al que nunca le podré pagar lo mucho que me ayudo en aquellos momentos, lo denuncié. Fíjate como sería mi miedo que yo iba al médico porque me golpeaba las manos, la cara, los hombros, los brazos y cuando me preguntaba “¿y esos golpes?”, le decía que me había caído. Uno en particular no me creyó y pasó mi caso al juzgado y lo llamaron para que declarara. Eran tantas las evidencias de las agresiones que después de una pelotera en el juzgado lo detuvieron, lo juzgaron y lo condenaron a 3 años de cárcel”.
En ese episodio María recibió un consejo de un amigo de ambos. “Escóndete que te quiere pegar fuego”. Contaba asimismo María que durante los dos años que sufrió de maltrato hizo amago de huir, de dejar la casa, y lo hizo. Tocó en la puerta de su madre y ella le contestó un “con la cuchara que coges, con esa comes” y tuvo que regresar al infierno.
María, que durante la entrevista radiofónica se emocionó al comprobar que “me he dado cuenta que el infierno que viví no lo he superado, todo ha sido tan duro…”. María proviene de una familia que tiene como lema “con la cuchara que coges, con esa comes”. En ese escenario y sin dinero él le obligó a poner a su nombre sus negocios, la empresa que ella montó. “No tenía ni un euro ¿dónde me iba, qué hacía, a quién recurría?, todas las puertas se cerraron. Todas, la de la justicia y la de los servicios sociales, todas”.
Poco a poco le fueron llegando a María datos de la persona con la que había estado viviendo. Tenía un historial de violencia con su primera mujer que, por cierto, quiso ponerse en contacto con María para avisarle sobre su agresividad y sus antecedentes de vida oscura. “Pero no le hice caso. Pensé, “nada, está despechada”, Y no. Tenía mucha razón.
Un día la metió a golpes es el ropero, que cerró más tarde. Allí permaneció la mujer horrorizada durante horas.
Una vez separados el delincuente la seguía a ella y a sus amigos. A uno de ellos le destrozó el restaurante: “Le tiró mesas, le destrozó la barra, rompió botellas, mesas, todo”.
“Cautivador, guapo, simpático, divertido, generoso. Poco a poco entablamos una amistad hasta que formalizamos una relación. Es decir, nos fuimos a vivir juntos. Yo creo que no había pasado una semana cuando comencé a observar en él a un hombre crispado, agresivo, que nada tenía que ver con el encantador de serpientes que había conocido aquella noche. Al mes y poco sin que yo recuerde por qué me dio unas bofetadas y yo asombrada, porque nunca me había pasado eso. Las agresiones de ese tipo eran casi a diario. Poco a poco fue tejiendo en mí la idea de que me pegaba porque yo me lo merecía; que no le hacía caso o no le tenía los pantalones preferidos preparados y como eso, mil cosas. Es más, yo misma acabé pensando que lo que me hacía me lo merecía. Que no me portaba bien con él, vamos, y que la consecuencia era esa, pegarme. Yo cuando hoy pienso en aquello entiendo que muchas mujeres no pueden salir de ese túnel. Y hablo por mí, Era una sumisión tan, tan grande que acabas poniendo tu vida en peligro por estar con él. Tremendo”.
“A la niña, no”
Pero ¿cuándo puso María punto y final a su calvario doméstico? “Te lo cuento. Yo aguanté todo lo que te puedes imaginar, golpes, gritos, atropellos, humillaciones etcétera pero el día que me pegó con mi niña en brazos ese día dije, hasta aquí. Durante la agresión le dio un golpe en el brazo de nuestra hija y cuando escuché su llanto me rebelé. Llamé a la policía y entre uno de ellos, al que nunca le podré pagar lo mucho que me ayudo en aquellos momentos, lo denuncié. Fíjate como sería mi miedo que yo iba al médico porque me golpeaba las manos, la cara, los hombros, los brazos y cuando me preguntaba “¿y esos golpes?”, le decía que me había caído. Uno en particular no me creyó y pasó mi caso al juzgado y lo llamaron para que declarara. Eran tantas las evidencias de las agresiones que después de una pelotera en el juzgado lo detuvieron, lo juzgaron y lo condenaron a 3 años de cárcel”.
En ese episodio María recibió un consejo de un amigo de ambos. “Escóndete que te quiere pegar fuego”. Contaba asimismo María que durante los dos años que sufrió de maltrato hizo amago de huir, de dejar la casa, y lo hizo. Tocó en la puerta de su madre y ella le contestó un “con la cuchara que coges, con esa comes” y tuvo que regresar al infierno.
María, que durante la entrevista radiofónica se emocionó al comprobar que “me he dado cuenta que el infierno que viví no lo he superado, todo ha sido tan duro…”. María proviene de una familia que tiene como lema “con la cuchara que coges, con esa comes”. En ese escenario y sin dinero él le obligó a poner a su nombre sus negocios, la empresa que ella montó. “No tenía ni un euro ¿dónde me iba, qué hacía, a quién recurría?, todas las puertas se cerraron. Todas, la de la justicia y la de los servicios sociales, todas”.
Poco a poco le fueron llegando a María datos de la persona con la que había estado viviendo. Tenía un historial de violencia con su primera mujer que, por cierto, quiso ponerse en contacto con María para avisarle sobre su agresividad y sus antecedentes de vida oscura. “Pero no le hice caso. Pensé, “nada, está despechada”, Y no. Tenía mucha razón.
Un día la metió a golpes es el ropero, que cerró más tarde. Allí permaneció la mujer horrorizada durante horas.
Una vez separados el delincuente la seguía a ella y a sus amigos. A uno de ellos le destrozó el restaurante: “Le tiró mesas, le destrozó la barra, rompió botellas, mesas, todo”.
FUENTE : http://www.marisolayala.com/
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