AR.- El Reino Unido ha votado y ha ganado el Brexit. Entre las muchas lecturas sobre los resultados hay una que se abre paso sobre todo en medios progresistas no sólo de Gran Bretaña sino del resto de Europa: deslegitimar los resultados en base a la alta proporción de votantes mayores de 50 años que se han decantado a favor de la salida del país de la Unión Europea.
Se escruta con lupa los territorios y los sectores que se decantaron por una u otra opción para terminar concluyendo que la eurofobia ha calado sobre todo en la franja de la población con más edad y menos cultura. Ya vemos a los demócratas de siempre cómo desmenuzan la composición del electorado en base a cálculos elitistas si los resultados no son los que ellos esperaban. Si esto lo hubiera hecho Hitler, las productoras de Hollywood habrían obtenido otro buen filón.
Los análisis subrayan de forma despreciativa que la decisión de abandonar la Unión Europea (UE) fue apoyada sobre todo por “pensionistas y personas mayores de 50 años”. Eso está sirviendo para que algunos progres defiendan nada menos que la reversión del resultado electoral. Lo último que hemos conocido es una petición de un activista de izquierda para que el Reino Unido celebre un segundo referéndum sobre la permanencia en la Unión Europea (UE) y que ha sido suscrita por más de 800.000 personas.
“Los viejos votaron por un futuro que los jóvenes no querían”, señala sin pudor alguno el periodista islámico Murtaza Hussain. Acaso sus temores no son otros que el futuro de las subvenciones y ayudas públicas que tanto han alimentado el parasitismo entre los suyos.
También YouGov se adhirió a la campaña demonizadora contra los votantes del ‘Brexit’ al subrayar que “los partidarios de permanecer en la Unión deberán vivir con la decisión contraria de los mayores de 69 años”. De ahí a proponer la esterilización de cualquier idea contraria al pensamiento único media un paso.
Los defensores del sistema democrático sostenían hasta ahora que su superioridad moral sobre cualquier otro sistema político radicaba en el voto decisorio de cualquier persona, independientemente de su formación, su nivel económico o su lugar de origen. ¿Cuántas veces hemos oído destacar a nuestros bienamados progres, arrobados por la demagogia, que el voto de un mendigo valiese lo mismo que el de un banquero? Habría que decir que esa teoría era válida mientras los resultados arrojados por las urnas servían a los intereses y los planes de una élite. Ha bastado que el veredicto electoral en el Reino Unido haya sido distinto al esperado por esa misma élite para que el “dogma democrático de fe” haya perdido crédito.
Los engolados análisis pretenciosos que estamos leyendo en las últimas horas, revestidos de esa falsa autoridad que se conceden los progresistas occidentales, no tiene sin embargo en cuenta algunos hechos y circunstancias que son preciso enumerar:
1.- Si los jóvenes británicos y del resto de Europa tienen aún un corto futuro del que disfrutar ha sido gracias y no a pesar del esfuerzo, la autoexigencia, la disciplina y la fortaleza moral de esos “viejos” votantes, que hoy son despreciados de forma tan vergonzante. Si Charles Dickens pudiese reconocerse hoy en el Reino Unido no sería gracias a la Unión Europea y sí a la ardua tarea de millones de ingleses al mantener vivas sus tradiciones a salvo de experimentos mundialistas.
2.- La madurez concede sobre todo el privilegio de analizar los acontecimientos desde una perspectiva global de la que carece la población de menos edad. Tal vez esa perspectiva lejana del Reino Unido comparado a lo que hoy es, haya sido la principal razón de peso para que la población adulta británica emita un voto contrario a la permanencia del país en la UE de forma abrumadora. Damos por hecho que los jóvenes británicos han sido tan robotizados todos estos años que les lleva a considerar una antigualla el té con pasta vespertino y a despreciar cualquier símbolo icónico de la nación que controló océanos y tuvo en sus manos el mayor imperio de la historia. Su inutilidad es tan proverbial como la de los nuestros. Su única contribución al PIB la hacen a través de los tatuadores que coticen como autónomos.
3.- La denostada población adulta, felizmente crecida al aroma de las tradiciones locales y no de los estertores de la globalización, evoca con tristeza la época en la que el Reino Unido fue una potencia fuerte, segura y orgullosa de sí misma, poblada mayoritariamente por británicos racialmente genuinos. Ver cómo su país ha ido transformando su fisonomía demográfica, no ha debido contribuir mucho a levantarles la moral para que apuesten por las mismas fórmulas que han conducido a amplias zonas a tener más población musulmana que autóctona.
4.- La longevidad no puede menoscabar el derecho al voto de ningún ciudadano autóctono europeo. Si aún así se sugiere el establecimiento de cupos electorales cuando los resultados no son los esperados, hágase sin límites de edad ni temores, de una forma justa y razonable. Alejemos las urnas de los peores, de los que han provocado la anemia moral galopante que sufre Europa, de los vagos impenitentes, de los parásitos vocacionales, de los ciudadanos sin ningún instinto productivo, de los jóvenes que ni estudian ni trabajan, de los que viven de la teta del Estado, de toda esa escoria social que puebla no sólo el Reino Unido sino todo el continente. Si revisamos los términos en los que se ha fundamentado hasta ahora el contrato democrático, hagámoslo no en base a la edad del contratante, sino a sus aptitudes y merecimientos. Que sean los mejores, y no la masa inculturizada y moralmente atrofiada, quienes decidan el porvenir de todos. Que el voto de un vago perroflauta henchido de odio no valga lo mismo que el suyo. Ni el de un europeo de pura cepa que el de un recién llegado de Casablanca o Karachi.
Si jugamos ese alambicado juego, hagámoslo con cartas que no estén marcadas ni sean tan falsas como el alma de judas de nuestros progresistas.
http://www.alertadigital.com/2016/06/25/pretende-la-izquierda-europea-impedir-a-los-mayores-de-50-anos-el-derecho-al-voto/
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