martes, 13 de octubre de 2015

Beber como españoles


 

Raúl Rodrigo es madridista acérrimo. Siempre desea que gane el Real Madrid como si le fuera la vida en ello. Pero desde que, en 2009, la crisis obligara a este aparejador de 40 años a reconvertirse en tabernero, le va, literalmente. Si una noche de Champions pierden los blancos, hará 300 euros de caja: las cervezas que les dé tiempo a trasegar durante el partido a sus parroquianos que, en cuanto pite el árbitro, apurarán su botellín y se irán a casa blasfemando. Si ganan, pedirán otra ronda, y otra, y otra, la recaudación no bajará de 1.000 euros y, encima, y Raúl se asegurará otra buena caja la próxima semana.
El de Raúl, como los 280.000 bares del país —aproximadamente un bar por cada 165 habitantes, la proporción más alta de la UE—, come de lo que otros beben. La Organización Mundial de la Saludacaba de certificar que España goza de la mejor esperanza de vida y salud de Europa, pero que el consumo de alcohol —junto al sobrepeso y el tabaquismo— puede poner en peligro ese dato. A pesar de que, según la encuesta 2015 del Plan Nacional de Drogas, el consumo de alcohol está estable en los últimos años, este se sitúa en 11,2 litros por persona y año, casi el doble de la media mundial (6,2) y por encima de la europea (10,9). Así que aquí quien bebe, porque también hay un 31% que dice no haber catado el alcohol en el último año, bebe lo suyo. Pero no como cosacos, sino como españoles. Y no es en absoluto lo mismo.
Para divertirse, para consolarse, para alternar con los amigos, para espantar la soledad, para recordar, para olvidar. Los españoles beben —bebemos— por todo y por nada. Sobre todo cerveza (50%), seguida de bebidas de alta graduación (28%) y vino (20%) Justo al revés del patrón internacional, donde manda el alcohol duro seguido de la cerveza y, minoritariamente, el vino. Bebemos en familia y en grupo; con las comidas y a palo seco; en casa y, sobre todo, fuera. El alcohol forma parte de nuestro ADN social. ¿Alguien imagina unos Sanfermines sin?
“España ha sido siempre una sociedad alcohólica”, sostiene Eusebio Megías, psiquiatra y director de la Fundación Española contra la Drogadicción. “Nuestra forma de beber es diferente. Asociada a la dieta y el estilo de vida mediterráneo. Pero eso no significa que no se beba en exceso. Lo que pasa es que ni el bebedor ni el entorno percibe ese riesgo. El alcohol solo provoca alarma social, y por tanto acción política, cuando interviene en problemas de seguridad, como los accidentes de tráfico; o de orden público, como con el botellón. No por la salud”.
Megías certifica que nuestra afición a privar no es nueva. Aquí se ha bebido mucho siempre. A los niños se les ofrecía quina para abrirles el apetito, vino en las comidas e incluso ginebra a las chicas para el dolor de la regla. Aquí los guardias de tráfico se atizaban su carajillo en las ventas de carretera. Los escritores de los 50 —Benet, Barral, García Hortelano— se lo bebían todo. En los 70 y 80, el bar de los tanatorios, congregaba a los que querían seguir bebiendo al cerrar los otros. Y aquí, ahora, los restaurantes ofrecen chupitos de orujo —la mitad del tope diario considerado de no riesgo— como cortesía de la casa a unos clientes ya bien regados con la cerveza del aperitivo y el vino de la comida.
No hablamos de alcohólicos en sentido estricto. Personas dependientes, con síndrome de abstinencia, gente que vomita, que se queda dormida en una reunión, que se pone patosa, o violenta, o llorona, que huelen a ácido aunque se duche dos veces al día. Esos son solo, según el Plan Nacional de Drogas, el 0,4 de la población. “La punta del iceberg”, según Francisco Camarelles, coordinador de la campaña Mójate por el Alcohol, de la Sociedad Española de Medicina de Familia y Comunitaria, que pretende formar a los sanitarios en la detección y prevención del alcoholismo. Hablamos de bebedores que traspasan los límites establecidos por la medicina —cuadro superior— y, sin llegar a la dependencia, incurren en el consumo de riesgo. Millón y medio largo de españoles, según el Plan Nacional de Drogas. “Este es el problema ”, dice Camarelles.
Muchos no son conscientes. Ni de lo que beben, ni del riesgo que conlleva. “Lo normal”, responden si se les pregunta cuánto beben. Luego, lo normal resulta ser más de lo que piensan y mucho más de lo recomendable. “Algunos se sorprenden tanto que bajan su consumo inmediatamente”, afirma este profesional, que no desea parecer “un talibán”. “Yo bebo. Cerveza, vino, una copa si se tercia. No se trata de alarmar, sino de informar para que se tomen decisiones”, dice, después de comentar que acaba de llegar de Rusia, donde perdió la cuenta de los ejecutivos que vio “cocidos en el tren o tambaleándose por los andenes”.
“¿Cuándo te pasas con el alcohol? Cuando bebes más que tu médico”, bromea Fernando Caudevilla, médico en Energy Control, una entidad que promueve el uso responsable de drogas, sobre la afición a la bebida en todos los sectores sociales. Caudevilla sostiene que es posible “un consumo placentero y sano". "Pero tampoco podemos obviar que a partir de ciertas cantidades, tiene riesgos. Y esto no es moral. Es ciencia”.
Marta, periodista de 50 años con dos hijos adolescentes, toma nota. Tras alguna temporada de gran consumo “por aliviar el desamor y la ansiedad”, ahora se considera una bebedora hedonista. "Bebo, sola o con gente, porque me gusta. Cuando bebo me siento más segura, más brillante, más guapa. Hay que quitarle el estigma al alcohol. No quiero que mis hijos sean alcohólicos, pero sí que disfruten de él si ellos quieren. Es un placer al que no voy a renunciar".
Raúl tiene una noche tranquila. Hace dos años, estuvo a punto de cerrar su bar de copas de barrio por falta de clientela. Hoy, muchos han vuelto a beber. Para celebrar que tienen trabajo, o para consolarse, aunque sea fiado, de que siguen en paro. Todos desean que empiece la Champions.

El atracón nuestro de cada fin de semana

En La Rue, un bar de copas de barrio en Alcalá de Henares (Madrid), tienen una oferta irresistible para el sector más joven de su clientela. Dos tercios de cerveza Olvi Tuplapukki por 3,50 euros. No es que la marca finlandesa sea especialmente apreciada por su sabor, o por el punto de tostado de la cebada o esté especialmente de moda esta temporada. No. Lo que ocurre es que, además de barata, tiene 8 grados de graduación alcohólica, el doble de una cerveza estándar española. Así, por 7 euros, uno puede beberse cuatro Olvis, el equivalente a ocho Mahous, y conseguir, o al menos acercarse, al objetivo que buscan muchos de sus parroquianos: “emborracharse rápido y barato”, según el propietario del local, Raúl Rodrigo. Esta manera de consumir alcohol, llamada atracón, o binge drinking en su denominación original anglosajona, es la que observan muchos jóvenes y adolescentes españoles, generalmente durante los fines de semana. Casi el 35% de los españoles de 15 a 29 años ha bebido en atracón en el último mes, según la encuesta 2015 del Plan Nacional de Drogas. Y no solo en bares, sino también en la calle, en el llamado botellón, practicado alguna vez por más de la mitad de los jóvenes de entre 15 a 24 años en el último año. Sin embargo, no solo son los jóvenes los que se dan un pasote de alcohol los fines de semana. También muchos mayores que no beben el resto de la semana se lo beben todo de una vez el sábado por la noche. Una conducta que, según los médicos, pasa desapercibida y no está exenta de riesgos.

fuente : http://politica.elpais.com/politica/2015/10/10/actualidad/1444490005_999968.html

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