martes, 29 de septiembre de 2015

Kane, una luz para Malí


Aquí tienen un reportaje que publiqué en el Canarias7 hace 4 años y que hoy recupero dado que mañana, martes, a las 10.00h en la Cadena Ser, en nuestra crónica en “Blanco y Negro”, podrán escuchar al personaje contando su travesía desde Mali hasta Canarias. Fue comisonado por su familia numerosa para salir de la mísera aldea en la que vivía, trabajar y ayudarles a salir adelante. Se llama Kane y nunca ha perdido la sonrisa.
Cuando Baba Kane Siaka salió hace nueve años de su aldea, en Mali, no tenía más que una lata de sardinas, agua y pan. Solo hablaba francés, su lengua. Hoy nueve años después Kane domina el español, el árabe y el inglés; imparte clases a sus compañeros y cuenta allá dónde le dejan la importancia de ser tenaz, de vivir la vida con intención de sacarle partido. Cuando en el 2002 Kane entró al centro de menores extranjeros de Fuerteventura, se convirtió en el primer subsahariano que ingresaba en la casa. Hoy tiene un contrato laboral como mediador cultural en la empresa Asociación Solidaria Mundo Nuevo, con cuyo sueldo mantiene a 40 familiares en su aldea, Youranganbougoy. Hace poco compró un motor que a sus vecinos les proporcionará electricidad y un lujo al alcance de muy pocos en su devastada tierra: una antena parabólica. «Ahora ya pueden ver películas, el Madrid y el Barça…», dice orgulloso. La vida de Kane ha cambiado tanto que, siendo como es una persona generosa, a pesar de su juventud tiene en mente reunir dinero para poder asfaltar su aldea y contratar a un profesor que dé clases en una escuela recién inaugurada hace dos semanas y que han bautizado como Islas Canarias. Ya ven: un chiquillo admirable que, justo cuando este reportaje vea la luz estará rumbo a Malí, para ver a sus padres, sus hermanos y su pasado. «Pero solo un mes porque mi vida está aquí y tengo que trabajar para ayudar a los míos».
Pero situemos el relato en sus inicios, en una tarde del año 2002 cuando Baba Kane Siaka, su padre, lo fue a buscar a la escuela maltrecha de su aldea Youranganbougoy (Malí) en la que estudiaba. Tenía 15 años y era el mayor de los hermanos, de manera que tenía la obligación de abrirse camino en España y buscar un mundo que permitiera a su familia llevar una vida más próspera. La mayores de la casa habían reunido dinero suficiente para costear ese viaje a la esperanza que ya era inaplazable, imprescindible, y que, aunque suponía un riesgo cierto, para el muchacho estaba decidido.
Pero la juventud tiene lo que tiene. En ella todo es una fiesta de forma que solo cuando Kane repasa hoy su travesía del 2002 desde su aldea en Malí, unos 800 habitantes, a Fuerteventura es consciente de que al igual que tantos otros africanos, también él se jugó la vida. Como la mayoría de sus compatriotas ni sabía nada ni había visto jamás el mar.
Kane tiene 4 hermanos pero su padre tiene diez más con otras dos mujeres, en total una familia numerosa de 40 personas entre hermanos y primos. Por hermanastros que no sea. Su historia es la historia de una inconsciencia que salió bien pero que pudo acabar muy mal. Tuvo suerte. Bueno, tuvo suerte él y tuvo suerte su familia porque nueve años después de aquella tarde la vida de Kane y la de los suyos ha dado tal giro que él, negro de risa y de piel, responde a esa alegría con una sonora carcajada.
Aquella tarde de diciembre del 2002, la tarde en la que su padre le fue a buscar a la escuela le dijo dos cosas: la primera, «despídete de tus compañeros y del maestro». Y Kane cumplió. La segunda orden paterna fue informar a su hijo mayor que esa misma noche viajaría a España -«yo no sabía ni donde era, ni que era, si era una mujer, un país, una comida…»- a trabajar. Un tío y su padre habían reunido el suficiente dinero para que el jefe de la expedición lo metiera en un Land-Rover junto a otros 28 chicos de su edad, atravesar la selva, pasar miedo, moverse solo en la oscuridad, pasar hambre y frío, y finalmente, embarcar en una patera de tres metros rumbo «a un sitio que yo no sabía dónde estaba». Recuerda Kane su reacción cuando vio la patera y le explicaron el plan: «Fue un poco así, ¡uf!… estaba muy vieja y entre todos la arreglamos y la pintamos de verde cuando era de noche».
Kane es una delicia de chiquillo que relata su travesía hacia la vida con una alegría que sorprende; sin duda ya sabe que su apuesta viajera fue arriesgada pero también que una dosis de inconsciencia fue vital para alcanzar la orilla. «Lo único que teníamos era agua, sardina, pan, frío y miedo…con eso salimos de Mali y llegamos a Fuerteventura…bueno hasta que se rompió la patera». Kane, que como ya hemos dicho, ni sabía nadar y jamás había visto el mar se asombró al ver «tanta agua moviéndose» y la barcaza hundiéndose. Tuvo suerte de que la pequeña patera encallara cerca de la costa de Fuerteventura: «Veíamos las luces y los coches», recuerda. El hecho de achicar agua para evitar el hundimiento de la patera lo cuenta Kane sin un ápice de dramatismo.
Dotado de una voluntad y un optimismo que sorprende a quienes han vivido junto a él estos nueve años desde el primer momento aún en la patera, cuando el helicóptero de la Guardia Civil acudió en su auxilio no se asustó: «Yo no sé si estaba loco o qué…pero yo no tenía miedo». Cuenta su protector, a quien Kane adora y considera su familia -Juan José Domínguez, presidente de la Asociación Solidaria Mundo Nuevo-, que desde que conoció al muchacho detectó en él una bondad y una disposición que le ha servido para manejar situaciones muy complicadas.
Cuando días después de pisar la isla Kane, menor de edad entonces, ingresó en el centro de extranjeros de Puerto de Rosario, tuvo que poner las cosas en su sitio y marcar su territorio. Algún chico marroquí trató de vejarlo por el hecho de ser negro pero «me defendí bien, sí, sí…». Un detalle: jamás lo tocaron.
fuente . http://www.marisolayala.com/

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