Decepcionado con Europa y los organismos supranacionales
Debo reconocer que en los últimos años siento una creciente decepción en todo lo que gira en torno a los organismos internacionales: UE, OTAN, ONU, etc. Desde siempre me he sentido europeo porque era una ilusión formar parte de algo mejor que lo que nos rodeaba día tras día. Los noventa fueron años de corrupción, de espías, de dedazos y colocaciones, vamos de la Patria y todo eso (lo mismo que ahora). En los momentos en los que uno se abochornaba por lo que sucedía en España, siempre se podía pensar que había algo mayor y más decente: Europa.
La OTAN había creado un nuevo enemigo (el terrorismo, que por cierto ya existía ¿?) para sobrevivir a la caída del muro de Berlín y se encontraba desesperada por encontrar uno mayor y más tangible que asegurase su futuro (Rusia, parece).
La ONU se dedicaba a perder el poco crédito que poseía entre inacción, acciones confusas, vetos y marioneteos varios.
La UE, que venía de quedar retratada por una guerra en su propia casa (Balcanes, en la que no supo qué demonios hacer salvo dejar que todos se matasen entre ellos) y se dedicó a potenciar la unidad monetaria olvidándose de todo lo demás (unión política, fiscal, defensa, etc.), descubriendo a muchos que lo único que les interesaba realmente era la pasta (¿en algún momento fue diferente?).
Así llegamos hasta hoy, en la que una ingente marea de inmigrantes mueren en esa fosa común que se denomina Mediterráneo y en esas verjas o muros que llamamos Europa, cuando no en nuestros propios caminos o campos. Se oyen voces grotescas que no quieren acoger tantos inmigrantes (“son más de los que nos corresponden”) u otras que no quieren apoyar acciones en el Mediterráneo para evitar la catástrofe que se está produciendo (“estamos en crisis, es mucho dinero”).
De repente, los mismo egoísmos que se han oído siempre en este nuestro reino, la misma zafiedad en los argumentos, la misma bajeza moral en los comportamientos.
Hay muchos que me dicen que los soldados no sirven para nada, que no deberían existir. Es, en estos momentos, cuando hago un alegato a favor de los soldados: los necesitamos y deben existir, pero no de cualquier forma ni a cualquier precio. Me explicaré.
El silencio sobre Afganistán
El 31 de diciembre abandonaremos Afganistán (noticia que ha pasado de puntillas y no ha merecido casi ningún análisis), un país que muy probablemente no tardará mucho en convertirse en un estado fallido, como hoy lo es Irak (del que hace no tanto nos retiramos), como también lo es Siria y como tantos otros.
En Afganistán entramos a por el ogro (aunque luego lo matamos en Pakistán, pero a ver quién era el valiente que entraba allí con armas nucleares de por medio), en Irak entramos a por las armas de destrucción masiva (que Aznar, Bush y Blair siguen buscando) y en Siria nos importó un carajo que se usaran (y se usen) contra población civil.
Ahora sirios, afganos e iraquíes (y muchos otros) llaman a nuestra puerta como los fantasmas de los ahorcados a su verdugo y no sólo no reparamos el daño, sino que parece que pretendemos que fallezcan los más posibles por el camino mientras nos vamos de vacaciones. Si dentro de unos meses son menos, menor será el coste y, quizás, si mueren muchos el problema quede medio resuelto.
Esta inacción y falta de responsabilidad terminará por ser catastrófica
Hoy, el Estado Islámico es un enemigo mayor que Rusia, porque es una especie de mutante al que hemos ido aumentando su peligrosidad y tamaño cada vez que usábamos un remedio inapropiado (apoyo al Sah de Persia, guerra de Irak-Irán, la guerra del Golfo y lo que todos hemos vivido).
Intervenciones militares planificadas y legitimadas
Volviendo a los soldados, es muy probable que tengamos que intervenir en Siria, en el norte de Irak o no abandonar Afganistán. ¿Para qué? ¿Para que sigan ganando dinero los bancos y la industria armamentística?
La idea, aunque seguro que descabellada para muchos, es en principio bastante sencilla. Las intervenciones militares sólo se deben producirse en determinados casos, siempre con aprobación directa de los ciudadanos (referéndum, esa palabra maldita) y siempre como parte de un plan mayor.
Bien que me pese, por tanto, las intervenciones militares son necesarias pero lo son (o lo deberían ser) como una primera fase de un plan más amplio. Es decir, lo que no se puede hacer es llegar a un país, arrasarlo, bombardearlo, eliminar los núcleos de poder, desestructurarlo y dejarlo a ver qué sucede esperando que por generación espontánea todos los problemas se resuelvan, porque lo que sucede es el Estado Islámico o algo mucho peor si seguimos así.
Una cuestión económica, como siempre
En ese plan del que hablamos, que debería elaborarse cada vez que se realiza una intervención militar en un país, tendría que contener una segunda y tercera y cuarta y sucesivas fases en la que se desarrollaran educación, sanidad, infraestructuras, valores democráticos, etc.
El problema es que para ello se requiere de mucho tiempo e inversiones, y ofrece menos beneficios a corto plazo que intervenir un país, organizar una masacre e irse, sobre todo para la industria armamentística y los bancos que la financian y que se lucran.
A largo plazo, pensando desde el punto de vista geoestratégico, que Irak, Afganistán o Siria se desarrollen y potencien puede resultar muy beneficioso para Europa y para ayudar al resto de países de la región, y para evitar atentados, y para evitar que cientos de miles de personas mueran todos los años. El problema es que esto es beneficioso para Europa y para todos, pero no para sus bancos, dirigentes, industrias (ya sean armamentísticas, petrolíferas, etc.)… Ese es el verdadero problema, que hace tiempo que se han confundido los intereses de todos con los de unos pocos. Seguramente, para muchos sectores económicos son mucho más rentables los estados fallidos porque las mordidas son más económicas que respetar los derechos.
Es posible que haya sido muy utópico al pensar que Europa podría actuar con bondad e inteligencia, ya que si no es capaz de ser generosa con ella misma y va camino de convertir a Grecia en un estado fallido y a todo el sur en los campos de algodón del centro y el norte, plantearle lo que le sucede a sirios, afganos o iraquíes, tal vez haya sido muy inocente por mi parte.
Creo que ha llegado el momento de hacer uso de la fuerza, lo que al fin y al cabo llevamos milenios haciendo, pero acompañada de generosidad, solidaridad e inteligencia porque el mundo ya no es lo suficientemente grande ni estanco como para pensar que nuestros destrozos sólo van a afectar a unos cientos de miles o millones de personas en el otro mundo (lo que ya debería preocuparnos), sino que nuestros destrozos vamos a sufrirlos cada día con más intensidad.
“Código rojo le echa huevos al asunto y no deja títere con cabeza. Se arriesga, proclamando la verdad a los cuatro vientos, haciendo que prevalezca, por una vez, algo tan denostado hoy en día como la libertad de expresión” (“A golpe de letra” por Sergio Sancor). ¡Consíguela aquí!
fuente :http://blogs.publico.es/un-paso-al-frente/2015/09/10/europa-y-el-otro-mundo/
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