domingo, 22 de junio de 2014

En un campamento, las tabaibas por poco matan a un monitor…









… sucedió, en un verano, allá en Peñón Bermejo, por donde las cabras guanines, que organizamos la expedición o marcha a Los Hogarzales, y a tal fin la ruta o itinerario era pasar por Güi-Güí Chico, Güí-Güí Grande, adentrarnos por el Barranco de Zamora, Finca de Miguel, subir por La Media Luna, y ascender.
 Subir suponía ir sorteando la maleza, y especialmente apartando las tabaibas para poder avanzar, y aunque habíamos tomado las precauciones propias del día (pertrecharnos de agua suficiente, para hacer frente al calor y a la jornada, bebiendo lo suficiente de aguas por el camino, y reservando la de las cantimploras, también ésta se nos agotó dado el calor y el avance de la jornada, pero… llevábamos la confianza, que arriba, en uno de los andenes previos a las minas de obsidiana, había una fuente, y con esa esperanza, subíamos tranquilos ya sin agua, y lo que nos encontramos fue, que dada la fecha (mes de agosto), la fuente estaba seca, y solo desde lo alto del andén goteaba lentamente una gruesa gota de vez en cuando, pero que aquello tan insignificante, al menos servía para refrescar los labios, y he ahí el drama: toda vez que el roce con las tabaibas, había impregnado las manos de su envenenadora leche, y aún imperceptible ésta, aquel monitor, llevándose la mano con lo que de agua había conseguido a la boca y casi lamer la húmeda cuenca de la mano, se llevaba juntamente -sin saberlo- la leche, que aumentó al mil la sed, y tanta que en la boca tenía literalmente fuego, que le abrasaba, y le producía un quemor insoportable, sin que caramelos o azúcar alguna le refrescara de tan fuerte ardor y quitara amargura tanta. Lo cierto fue, que el joven se sintió morir, y con gran angustia me pidió el sacramento último (cosa que hice, entre la expectación y asombro de los otros acampados). El resto de agua que quedaba en las cantimploras de los demás, no lograba calmar y apagar aquel fuego que le retorcía de dolor y lamentos…, emprendimos rápida la bajada, una vez más por entre las tabaibas, y al fin llegamos hasta donde una higuera cuyo frutos, y el agua que junto a ella corría, ya caída la tarde, fue un buen refresco, y aunque el mal seguía, se atenuó en parte. Y, por supuesto, nada tiene que ver este relato, visto desde fuera, con vivirlo y padecerlo. Por tanto, mejor olvidarlo, pero quede la moraleja o lección: después de rozarse uno por una tabaiba, no se pase la mano por la frente, ojos, ni labios, salvo que se reproduzca y reviva lo aquí relatado.


El Padre Báez.

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