MARISOL AYALA
todo empezó cuando por primera vez pisó el bingo con veinte y pocos años. Ese día ganó 97.000 pesetas, más tarde 36.000 mil y al día siguiente 42.000. Y se dijo “esto es fácil”. Se llama Julio, lo conocí hace nueve años y ya estaba enganchado al juego de tal manera que después de 24 años de ludopatía lo perdió todo, dinero, familia, negocios, salud, ¡todo!.
Cuando hablamos aún tenía claro un “yo controlo. No necesito”. Tamaño error. Hasta ese instante especialmente su mujer le apoyó hasta extremos impensables pero un día, justo cuando desapareció su tarjeta, le dijo que se fuera. Y Julio, que es buena gente, consciente de que vivir a su lado era un infierno, se marchó de casa, dejó mujer y dos hijos y le pidió a su padre que lo acogiera. Fue ahí, al verse en esa situación, sin dinero, alejado de los suyos, tentado por el juego cuando tomó conciencia de que necesitaba ayuda y urgente. Hoy lleva 35 meses sin jugar y eso es un récord.
Julio es hijo de familia humilde y trabaja desde los 12 años. Comenzó en un bar de San Cristóbal al que cada día acudían funcionarios de policía. Como chiquillo que era los veía tan poderosos, exhibiendo pistola y porra, tan chulos, fumando, bebiendo, que los admiraba; quería ser como ellos, por eso el día que lo invitaron al bingo al chico le pareció el mejor regalo del mundo. Fue, ganó y ahí comenzó su perdición. Tuvo la mala suerte de ganar dos o tres veces y no; perdió porque abrió la puerta de su infierno.
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