Maestros del sigilo, los pumas rara vez emergen de las sombras. Pero poco a poco van recuperando el terreno perdido.
un cálido día de invierno en el sur de California y varios autocares repletos de turistas se detienen en un mirador con vistas a Beverly Hills y West Hollywood. Mientras los guías señalan los estudios de cine y las mansiones de las estrellas, Jeff Sikich, un biólogo del Área Recreativa Nacional de la Sierra de Santa Mónica, me indica una estrecha franja de bosque a lo lejos. Al menos diez meses antes un joven puma macho salió de la sierra de Santa Mónica, siguiendo ese hilo de verdor a través de la inmensa colmena humana. Tras cruzar –no se sabe cómo– dos de las carreteras más transitadas del mundo, entre ellas la Hollywood Freeway de 10 carriles, se instaló en Griffith Park, el conjunto de colinas situadas a nuestras espaldas y conocidas en todo el mundo por el gigantesco cartel de HOLLYWOOD.
Sikich me conduce por la célebre ladera, guiándose por la señal procedente del radiocollar del animal. Localiza la posición exacta del felino y luego nos dirigimos a los lugares donde este se detuvo para devorar sus últimas presas. Descubrimos dos cadáveres de ciervo mulo entre unos arbustos. Nos cruzamos con gente que pasea su perro, corre o va en bicicleta. Si alguno de ellos sabe que comparte este paisaje con un depredador invisible pero letal, no parece preocuparle.
«En la sierra de Santa Mónica solo hay cabida para 10 o 15 pumas –afirma Sikich–. Aquí el territorio de un macho adulto es de unos 500 kilómetros cuadrados de media. Como los machos más fuertes y más viejos defienden todo el espacio disponible, este ejemplar joven tuvo que irse en busca de un hogar propio. Griffith Park mide menos de 18 kilómetros cuadrados, pero parece que aquí ha encontrado lo que necesita.»
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http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/8982/felinos_fantasma.html
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