domingo, 27 de abril de 2014

El caballo y el Nuevo Mundo

Por David Quammen
Los caballos cambiaron para siempre la vida en las Grandes Llanuras.

 septiembre de 1874, en Texas, el imperio ecuestre de los comanches tuvo un final sórdido y deplorable. Lo que sucedió aquel año fue el preludio de profundos cambios en las Grandes Llanuras, porque los comanches fueron de las primeras, y más hábiles, tribus a la hora de adoptar el caballo tras su introducción en las Américas de la mano de los conquistadores españoles. A lomos de sus cabalgaduras habían llegado a ser unos guerreros competentes, expertos, feroces y despiadados, aterrorizando a las tribus indias vecinas, perpetrando iracundos asaltos para frenar la proliferación de colonos blancos y la matanza de bisontes, y en última instancia desesperando al propio ejército estadounidense. Pero el 28 de septiembre de 1874, el mayor cuerpo de guerreros comanches aún activo (junto a unos cuantos aliados kiowas y cheyenes) sufrió una emboscada, mientras estaban en sus tipis con sus familias, en el llamado cañón de Palo Duro.
El ataque lo perpetró el Cuarto de Caballería, al mando del coronel Ranald Slidell Mackenzie, destacado desde Fort Concho, en el oeste de Texas. Tras sorprender a los comanches y sus amigos y echarlos del campamento, los hombres de Mackenzie incendiaron los tipis, destruyeron la comida y las mantas almacenadas y se reagruparon en el borde superior del cañón con los más de mil caballos que acababan de capturar. Los indios habían huido a pie. Mackenzie dirigió sus tropas de vuelta a su campamento, a 32 kilómetros de distancia, y al día siguiente ordenó matar a todos los caballos, excepto unos pocos centena­res que reservó para uso militar. «La infantería ató a los enloquecidos animales y los condujo ante los pelotones de fusilamiento –escribe S. C. Gwynne en su libro sobre los comanches, El imperio de la luna de agosto–. El resultado fue una enorme pila de caballos muertos.» Un total de 1.048, según consta en los archivos oficiales. Los cadáveres se descompusieron allí mismo hasta convertirse en un montón de huesos ex­­puestos al sol durante años, «un grotesco monumento que marcó el ocaso de la supremacía de las tribus ecuestres en las llanuras». Un reducido remanente de comanches, capitaneados por su gran jefe guerrero Quanah Parker, recorrieron a pie 320 kilómetros hasta Fort Sill, en lo que entonces era Territorio Indio, y se rindieron.
Casi un siglo y medio más tarde, un historiador de los comanches llamado Towana Spivey, de ascendencia chickasaw, me refirió todos estos sucesos en el patio delantero de su casa de Duncan, Oklahoma. Con la matanza de los caballos, dijo, se quebró «la espina dorsal de la resistencia» de los nativos americanos. Sus pieles de bisonte, sus alimentos, las herramientas de supervivencia, los medios de transporte y las armas de guerra, así como la movilidad de su vida nómada, se esfumaron. Todo perdido. El propio Quanah fue detenido. «Aquello supuso un golpe tremendo para los comanches.»
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http://www.nationalgeographic.com.es/articulo/ng_magazine/reportajes/9048/caballo_nuevo_mundo.html

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