Su principal cometido, dice, es luchar por los derechos de las mujeres. “La gente me cree cuando hablo de la violencia doméstica. Es algo que no conocí por los libros”, argumenta Kilic, de 33 años, quien está ahora al frente de una ciudad agrícola de 17.000 personas en la región kurda de Turquía, a unos 100 kilómetros al norte de la frontera con Siria.
A la edad de 15 años Kilic fue sacada de la escuela por sus padres después de cuatro años de educación primaria y obligada a casarse con un primo. Se casó en una ceremonia islámica no reconocida por el Estado. Debido a que esta práctica es ilegal, no existen cifras oficiales sobre cuántos menores de 17 están casados. La Asociación Turca de Mujeres Universitarias dice que son 181.000. La Organización Internacional de Investigación Estratégica (USAK) señaló en un informe en 2011 que una de cada tres mujeres en Turquía estaba por debajo de la edad legal cuando se casó .
“Nadie está cuestionando por qué las niñas se ven obligadas a casarse a una edad tan joven” critica Kilic, que tuvo dos hijos que hoy tienen 13 y 17 años. Cuando ella tenía 28 se armó de valor para conseguir un divorcio. Regresó a casa de sus padres y comenzó su carrera política. “No ha habido una sola mujer en la administración de la ciudad hasta el momento (…) Hace unos años una chica fue asesinada por su familia porque supuestamente había intercambiado miradas con un hombre”, explica para dar a entender la gigantesca tarea que tiene por delante. Sus planes pasan por organizar talleres en Kocakoy para informar a las mujeres acerca de sus derechos y dar una educación básica: “Es el mayor problema. En nuestra sociedad los hombres pueden hacer lo que quieran. La inferioridad de la mujer ha sido aceptada como el destino, pero no lo es. Ningún ser humano vale más que otro”.
“Yo soy un modelo a seguir “, defiende Kilic. Su experiencia está sirviendo como una chispa para las mujeres en Kocakoy. “Hay un montón de esperanza. Mírame: No tengo ninguna educación, ni trabajo, y sin embargo yo soy la alcaldesa ahora. Las mujeres han estado asistiendo a mis mítines en tropel. Dicen: Si Berivan puede hacerlo, yo también puedo”
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