El campo no lo tiene nada fácil. Nunca el campesino
lo tuvo fácil, pero lo que es al presente, esto no tiene nombre, porque es que
no le dejan hacer absolutamente nada, de lo que siempre se ha hecho. El
seprona, el miedo ambiente y el cabildo están fijo observando para sancionar y
multar por cualquier actividad propia del mundo campesino.
Se han sacado unas
normas, leyes y de clasificaciones del terreno, que impiden cualquier trabajo
que se quiera hacer, y parece tienen un
objetivo definido: acabar con toda actividad campestre que no sea la de
correr por el campo. Y cuando con la crisis, todo se ha puesto peor, la
situación es desesperante, al no poder mantenerse con los productos, cultivo y
cuidado del ganado, todo prohibido. El campo y el campesinado, se encuentran en
una encrucijada de difícil solución.
No solo no les dejan hacer nada, sino que
por cualquier cosa que hagan tienen que pagar carísimas multas, y ello a pesar
de la situación de pobreza y de nula actividad económica, pues no tienen qué
comer, y tienen que pagar al cabildo que recauda a través del miedoambiente y
del seprona, los pocos o nulos dineros de quienes nada tienen al no poder
cultivar la tierra, ni cuidar de los animales, que eran y son las únicas
fuentes de ingreso y de riqueza. La preocupación es grande, y en el campo se ha
asentado el miedo, por no decir el terror. Y para colmo, falta la conciencia
colectiva de manifestarse unidos, y nada hacen los pobres campesinos, sino
pagar “religiosamente” al cabildo que los sangra. Nadie defiende al campesino,
cual apestado. Todas las leyes están en su contra, y nada pueden hacer para
librarse de las mismas. Y ninguna oportunidad tiene el campesino, que no sea la
de abandonar y retirarse (algunos siguen, esperando mejores tiempos y que esto cambie).
El campo está regulado, y de tal forma que asombra la ridiculez y el sin
sentido de algo en su totalidad contra natura. Estas normas son un desconcierto
permanente, que afecta ya incluso anímica y psicológicamente, más la crisis que
arrecia. Todo se ha hecho, sin contar y sin consultar al campesino, sino a sus
espaldas y a la zorrúa y traicioneramente. Son inflexibles, y no hay razones
que convenza a esos ejércitos que militan sobre el campo, cual enemigo a
abatir. Cualquier intento de hablar con ellos es infructuoso. Se da el
contrasentido de no dejar coger hierba para una cabra, y tener que comprarla a
cataluña y pagar al cabildo el peaje o franquicia de la misma, teniendo
nosotros hierba para exportar y que no se la come toda ni el fuego. Se da las
circunstancias que un maestro de escuela es el delegado o consejero de lo
agrícola y sus asesores son técnicos y no campesinos, pero ésta, es una más de
las cosas raras o absurdos de una política que acaba con el sector primario y
lo desvía al turismo que fenece, sin resucitar el verdadero sector primario que
es el campo. El campo debe ser regido por quien lo conozca. Por eso, no es
justo el proceder de gente que desconoce el campo y confunde la rama de papas
con hierbas protegidas. No hay eficiencia alguna, sino deficiencias todas. Y la
cosa no mejora, sino que va a peor todo. El campesino, lo está pasando muy mal.
Desaparecen las cosechas, y desaparece el ganado. Agricultores y pastores ya ni
se ven. Comemos lo que nos traen de fuera, sin que nada produzcamos, y ello a
pesar de la calidad de nuestra tierra y clima -los mejores del mudo-. La cosa
está tan debilitada, que es de muerte segura. Y lo peor es que no aparece
ninguna asociación que trabaje por la defensa del sector, que se hunde y
desaparece. Lo que perdura (en su mínima expresión), no tiene valor económico
alguno, sino sentimental y residual, sin pasar del ámbito familiar o personal.
El problema es enorme: desaparece la continuidad. No se repone el personal, que
va cada vez a menos. Y cuando alimentar a un animal a base de pienso, granos y
hierba traída desde cataluña, sube cada vez más el precio del costo, a la par
que el de la leche es menos que el del agua, con lo que se desmoraliza y hace
que muchos tiren la toalla, pues gastan más que lo que ganan, y al que quiere
acceder al campo, se lo ponen tan difícil que al fin claudica del intento, y
dan marcha atrás. Mantenerse en el campo, es cosa milagrosa (se tenga o no fe).
Es muy difícil seguir en estas condiciones y con esa persecución siendo inocentes
y tenidos como terroristas o un peligro a eliminar. Y la verdad es, que no
sobran campesinos, y campo hay. Tenemos mucho campo (sin contar los de fútbol).
Tenemos 21 concejales de agricultura y dos consejeros de lo mismo y más, pero,
¡nada! No funcionan sino para reprimir y castigar. No sobran campesinos, pero
los echan a patadas (a multazos). Puede que con un cambio de políticos, esto
cambie; pero si siguen los mismos, esto del campo, se termina. Hay que volver
al pasado, y que todo siga como antes o igual.
El Padre Báez
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