En breve los zoos deberán decidir entre mantener a los animales que los visitantes queremos ver o salvar aquellos que quizá pronto dejemos de ver.
La doctora Terri Roth se puso el traje de quirófano, se recogió la melena en un moño y se subió un guante de plástico transparente que le cubría el antebrazo derecho casi hasta el hombro. Mientras sus colegas acomodaban a la paciente, una rinoceronte de 680 kilos llamada Suci, en un estrecho recinto y le daban rodajas de manzana, se puso otro guante sobre el primero y agarró lo que parecía el mando de una videoconsola. Seguidamente introdujo el brazo en el recto del animal.
Dos días antes Roth, directora del Centro de Conservación e Investigación de Especies en Peligro del Zoo de Cincinnati, había intentado inseminar a Suci, una rinoceronte de Sumatra nacida en el zoo en 2004. La inseminación artificial (IA) supuso introducir un tubo largo y delgado a través de los complicados pliegues del cérvix de Suci. Ahora había llegado el momento de hacerle una ecografía. En una pantalla de ordenador apoyada cerca de las formidables nalgas del animal apareció una imagen granulada. Cuando se hizo la IA, daba la impresión de que el ovario derecho de Suci estaba a punto de liberar un óvulo. De ser así, existía la posibilidad de que se hubiera quedado preñada durante ese ciclo. Pero el óvulo seguía allí, en el mismo lugar donde Roth lo había visto la última vez, un círculo negro dentro de una nube gris.
«Suci no ha ovulado», anunció la doctora a la media docena de trabajadores del zoo que asistían a la ecografía. Se oyó un suspiro generalizado. «¡Qué pena!», dijo alguien. A pesar de estar obviamente decepcionada, inmediatamente Roth empezó a planificar el siguiente ciclo deSuci.
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