martes, 5 de noviembre de 2013

“Tiro al plato”: El Patio del Cuyás



                                                
AUTORA : MARISOL AYALA

Es cierto que las expectativas eran muchas, al fin y al cabo conocíamos bien el Moorea, el restaurante de Arinaga comandado por el chef Joaquín Espejo, que hace menos de un mes decidió ponerse al frente también de este otro rincón gastronómico que, salvo en sus inicios, no ha cosechado demasiados éxitos con ninguno de sus anteriores regentes. Por eso, porque nos gustaba el Moorea, yo estaba convencida de que en este nuevo gastrobar el servicio, la comida y los precios serían, si no los mismos, al menos parecidos a los de Arinaga, con el añadido de que no existía ya el hándicap de tener que salir de Las Palmas para disfrutar de ellos. Pero nada más lejos de la realidad…
Decepción. Esta sería, lamentablemente, la palabra que mejor definiría mi primera –y última- visita al restaurante el Patio del Cuyás, sito exactamente donde su nombre indica, es decir, en el patio que antecede al Teatro Cuyás, en la calle Viera y Clavijo.
En nuestra visita llegamos temprano y fuimos los primeros comensales en sentarnos a la mesa, así que dimos por sentado que, dado que seríamos nosotros los que abriríamos la cocina, disfrutaríamos del esmero y la dedicación que resultan, o al menos así es como debería ser, de la falta de prisas. Pero nos equivocábamos.
Nos recomendaron varios platos, entre ellos la ensalada de atún con sésamo, así que decidimos aceptar la sugerencia y la pedimos como primer plato para compartir. No obstante, cuál sería nuestra sorpresa cuando comprobamos que, en realidad, el ingrediente principal de la susodicha ensalada era la papaya, fruta tropical que aborrecíamos casi todos los comensales y que nadie nos advirtió que iba a ser la indiscutible protagonista del plato.
Una vez retiraron un bol preñado de solitarios y pulposos dados anaranjados que nadie se había comido, pasaron al menos quince minutos hasta que nos trajeron el segundo plato, también para compartir y que también había sido sugerido por la persona que nos cogió la comanda –no me atrevo a llamarla maitre porque dudo que exista dicha figura en este restaurante-: salteado de setas variadas. Tras la larguísima espera, inexplicable si tenemos en cuenta que nuestra mesa y otra recién llegada eran las únicas ocupadas del local, descubrimos, con gran disgusto, que las setas no sólo estaban insípidas y sosas, sino también tremendamente secas, hasta el punto de que juraría que aquellos hongos llevaban ya algún tiempo envasados antes de que aquella noche los hubiesen puesto sobre la plancha.
Por último, ya de bastante malhumor, recibimos el tercer y último plato para compartir: presa ibérica con verduras de temporada y salsa romescu. Poco hay que decir de unas simples verduras a la plancha, pero nos decepcionaron también una carne de cerdo que hubiera estado aceptable si no la hubiesen dejado caer sin ninguna piedad sobre un charco de una salsa que no sólo sabía exclusivamente a pimentón, sino que además, por lo general acompaña solamente a las verduras.
Los postres, eso sí, no estaban del todo mal. No obstante, nada de lo acontecido resultará sorprendente al lector cuando les aclare el “pequeño detalle” de que el chef no abandonó su charla con los que debían ser amigos suyos durante todo el tiempo que estuvimos en su restaurante. Es decir, que no pisó la cocina.

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