La realeza india, tanto la hinduista como la musulmana, sabía que la mejor forma de ejercer el poder era a lomos de un elefante. Los reyes aparecían ante sus fascinados súbditos sobre unas monturas cuyos colmillos de marfil relucían bajo el oro y la plata y cuyos cuerpos brillaban con sedas y terciopelos. «Un elefante montado por un rey es radiante; un rey montado en un elefante es resplandeciente», proclama un manuscrito histórico.
Hoy los reyes son los turistas, y por eso en el Festival del Elefante de Jaipur, en Rajastán, los elefantes ya no participan en pompas, sino en partidos de polo, en demostraciones de fuerza y en un concurso de belleza. Estos animales son bestias de carga que pasan la mayor parte del tiempo subiendo a los turistas hasta el Palacio de Amber, monumento histórico situado en una colina sobre la ciudad que atrae visitantes de todo el mundo. Cuando llega el festival anual son ataviados con sus mejores galas. La pasada primavera Charles Fréger viajó a Jaipur para inmortalizarlos en toda su gloria: puro esplendor de pinturas, abalorios y telas. Al fotógrafo le atraían los elefantes porque en la India son «sacralizados a veces y utilizados otras». Pero también tienen una personalidad fuerte, añade, y «se pasan todo el tiempo jugando y moviéndose». Aunque pudo fotografiarlos, al final el festival se suspendió, según dicen los medios porque varios grupos de defensa de los animales expresaron su preocupación por el trato que se les daba.
Pero estos animales se enfrentan a un futuro incierto. Se calcula que hay entre 3.500 y 4.000 ejemplares en cautividad, y según Suparna Baksi Ganguly, que colaboró con el Grupo de Trabajo sobre Elefantes del Gobierno indio, «casi todos forman parte del ingente tráfico ilegal de animales salvajes». Se han dado algunos pasos para mejorar su bienestar. Los que aparecen fotografiados en estas páginas viven en Hathi Gaon, un pueblo cercano al Palacio de Amber diseñado ex profeso para ellos y sus mahouts. Los recintos que los cobijan están dispersos entre charcas en las que los mahouts bañan a sus animales al final del día. «La tradición no tiene sentido si conduce al sufrimiento y la explotación», dice Ganguly. Pero, añade: «Todos los indios, por cultura, aman, respetan y veneran al elefante».
POR : Rachel Hartigan Shea
fuente : http://www.nationalgeographic.com.es
imagenes :FOTOGRAFÍAS DE CHARLES FRÉGER
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