jueves, 10 de octubre de 2013

Presentación de la cueva de los guanches:






PADRE BAEZ




Estamos acostumbrados a oír hablar o ver arqueología, con referencia a:
 poblados, necrópolis, grabados, cerámica, material lítico, etc., y nos olvidamos que si hay una manifestación en grandísimo número, son las cuevas, que mucho más allá que la pintada de Gáldar, poco o nada se dice de ellas, a pesar de la información que nos dan y el valor que tienen en sí, y que pasan desapercibidas, habiéndolas en todas partes y en gran cantidad. En nuestro caso –y así aparece en el libro que les presento-, la cueva es algo más que una oquedad en el terreno, es mucho más. Ahora comprenderán, no es fácil resumir 420 páginas en tamaño 14 de letra de Microsoft Word, que en letra apretada dice lo mismo, y que encierra mucha información, y tanta, que abierto el libro por cualquiera de sus páginas, es como si fuera el comienzo, final y resumen fuera. He pretendido llenar un hueco en al bibliografía, con el que cumplo con es segundo escrito de una trilogía, que comencé con “Arquitectura Guanche”, y les reservo para más adelante el que la cierra, con “La Torreta Guanche”. Les puedo decir con toda verdad, y no hace falta esfuerzo alguno entenderlo, que cada ocasión de salida al campo, excursión, marcha, etc., 
que hago –o hagan ustedes-, es una oportunidad más de adentrarme en los secretos que cada cueva guarda. A tal fin, siempre miro al techo por si veo la brea –la huella de los guanches- o los agujeros en paredes y suelo donde los mismos colocaban los distintos palos, bien fuera para útiles del ajuar doméstico, como para mamparas o divisiones (aunque nos han dicho es donde comían los guanches, cuales si cerdos fueran y no tuvieran cerámicas con el ajuar propio para la comida). En la mayoría al ser reutilizadas, pasan como que las hizo el abuelo, y lo que hizo éste fue ampliarlas y deformarlas, quedando siempre las señas de sus primeros constructores. Por supuesto, no desvelaré el contenido del libro –como se hace con las películas-, para que vayan precisamente a verlas; en este caso, para que lean el libro y no solo por eso, sino porque no es fácil un resumen, dada la amplitud de tanta información; y prefiero ustedes lo degusten en ese adentrarse en nuestra cultura, en el pasado de nuestras raíces, pues de ahí venimos cual vientre en la tierra, de donde llegamos a la luz. Y ya es hora agradezca a Pedro Brissón, la edición de este mi segundo libro en su editora, y también a David Fajardo que me lo haya prologado (en estos momentos afectado por el recién fallecimiento de su madre). Por supuesto, también a ustedes, que tan amablemente han venido a esta presentación, mostrando así el interés por lo nuestro, pues conociendo nuestro pasado, recuperamos identidad y canariedad, al descubrir de dónde venimos y quiénes fueron y cómo y dónde vivieron nuestros antepasados, en su gran mayoría. Cierto, que al llegar los canariis a las islas, aprovecharon las cuevas naturales, que adaptaron e hicieron otras muchas artificiales, y en este plan, hablando de arte, tienen mucho que decir –y es en parte lo que descubro en este libro, primero en su estilo o género-, y sobretodo, porque las referencias a las mismas, en Crónicas y libros, son minúsculas cual si de un arte menor se tratara, y resulta que la mitad de las poblaciones anteriores de siglos atrás, quitando a los que moraban en casas construidas de piedras se alojaron o vivieron en ellas, como aún sigue siendo entre nosotros habitual, si bien con fachadas y habitaciones incorporadas a sus puertas o entradas, quedan ocultas o camufladas. Pasa con las cuevas como con aquel niño, que no comprendía hubiera tantas miles y miles  de personas venidas del mundo entero a hacer fotos, a mirar y contemplar la catedral que él vio según abrió los ojos a este mundo, sin que le llamara la atención el arte de tan hermosa arquitectura; pues lo mismo nos pasa a nosotros, que hemos visto cuevas desde que nacimos y nunca –salvo excepciones- no se le ha dado la importancia suma que tienen. Ahora, deberíamos verlas, como sin que antes nunca las hubiéramos visto. Tenemos un auténtico tesoro arqueológico, que son las cuevas, y no se les presta la atención debida, ignorándolas, y prescindiendo de ellas. Somos, en un 50 % (o en gran parte),un pueblo troglodita, y no debemos olvidar, que en ellas, está también el 50 % (o en gran medida) de nuestra cultura. Solo algunas cuevas han merecido la atención, pero no la gran generalidad y su totalidad. Y toda vez que es costumbre que le autor lea unos párrafos o página de su obra, en esta ocasión les pido a ustedes que al azar me digan un número entre el 1 y el 164 (con referencia a sus páginas), o desde el número 1 al 365 (con referencia a cada uno de los días del año, en los que va dividido el texto, con ese número de información o datos sobre la cueva), y les leo lo que salga. Luego, si son tan amables les responderé las preguntas que al respecto quieran hacerme. Aunque la mejor lección y respuesta, la tiene cada uno, si entra en una de las miles y miles de cuevas que tenemos, y mejor, si lo hace acompañado de un ejemplar de los que hoy presentamos, que les servirá de guía y comprensión. ¡Gracias por asistir!


Fernando Báez

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