domingo, 8 de septiembre de 2013

El Garoé , Realidad y misterio del Árbol Sagrado de El Hierro.

                                              


Cuenta la leyenda que desde antiguo hubo en El Hierro un árbol que manaba agua. Los bimbaches lo llamaban Garoé (‘río, laguna’) y era uno de sus bienes más preciados al no haber en la Isla más fuente que sus hojas. Cuando llegaron los conquistadores, los bimbaches decidieron mantener en secreto el escondite de su Árbol Sagrado. Lo hacían con la esperanza de que los extranjeros abandonasen el lugar al no hallar en él ni ríos ni manantiales.
Sin embargo, el secreto sólo se guardó durante un tiempo: una joven isleña se enamoró de un soldado europeo y acabó mostrándole el lugar donde se hallaba el Garoé. Los conquistadores no tardaron en apoderarse del árbol, acabando así con la libertad de los bimbaches, quienes condenaron a muerte a la traidora.

Hasta aquí la tradición, pero, ¿qué hay de cierto en la leyenda del Garoé, el Árbol Santo de El Hierro?

El Garoé en las fuentes escritas

Y en las tierras más altas hay unos árboles que gotean continuamente agua buena y clara, que cae a unas fosas junto a ellos, la mejor agua para beber que se podría encontrar; y tiene tal propiedad que cuando se ha comido hasta la saciedad y se bebe de esa agua, antes de transcurrir una hora todos los alimentos han sido digeridos y se tiene tanto apetito como antes de haber bebido [LC (d. 1494: 46v) 2003: 331 o Cioranescu 2004: 180].
Este fragmento, extraído de las Crónicas francesas de la Conquista de Canarias, refleja una constante en la historia del Garoé: el árbol echó raíces a medio camino entre la realidad y la ficción. Y es que, a fuerza de exagerar un hecho explicable por la ciencia, iba a crearse uno de los mayores misterios de la antigüedad del Archipiélago.

La existencia real del Garoé está documentada históricamente. Incluso tenemos constancia de que siguió en pie hasta 1610, año en que un huracán lo derribó. Abreu Galindo afirma en su Historia que el término donde se hallaba el árbol se llamaba Tigulahe (‘reserva, depósito’) y era«vna cañada que va por un Valle arriva desde la mar â dar avn fronton de vn rísco» (Abreu ca. 1590, I, 17). De hecho, aún en la actualidad podemos visitar el lugar, situado en las faldas del Macizo de Ajonce, en el interior de Valverde.

Ahora bien, que el árbol en cuestión fuese real, no implica que también lo fuese todo lo que se dijo sobre él. Como advierte Viera y Clavijo (2004: 141), ni «manaba en una sola noche veinte mil toneles de agua» ni«extrahia de la misma aridez del terreno el humor copioso que despues destilaba». Comentarios como éstos, fruto sin duda del entusiasmo y la exageración vertida por sus admiradores, distorsionaron la realidad atribuyendo al Garoé más cualidades de las que poseía.


Por tanto, es posible concluir con la profesora Jiménez Gómez (1993: 50) que «[...] hablar del Garoé es algo más complejo que la referencia a un árbol significativo. El Garoé, es un tipo de árbol, una ubicación geográfica precisa, un sistema de albercas, un mecanismo de vida pensado y, por ello, una estrategia reflexionada para su protección».

La explicación científica
La respuesta más razonable al enigma del Garoé es que se tratase de uno o varios tiles, cuyo follaje provocaba la condensación de la niebla y un goteo de agua, conocido actualmente como lluvia horizontal. El líquido debía de ser recogido mediante unos depósitos situados al pie del árbol. Abreu Galindo describía así este proceso bien poco sobrenatural:

La manera que tiene en el distilar el agua este Árbol Santo o garoe, es que todos los días por las mañanas se levanta una nube o niebla del mar, cerca de este valle, la que va subiendo con el viento Sur o Levante de la marina por la cañada arriba, hasta dar en el frontón; y, como halla allí este árbol espeso, de muchas hojas, asiéntase en él la nube o niebla y recógela en sí, y vase deshaciendo y distilando por las hojas todo el día [...]; y lo mesmo hacen los brezos que están en aquel contorno, cerca de este árbol; sino que, como tienen la hoja más disminuida, no recogen tanta agua como el til, que es muy más ancha[Abreu (ca. 1590, I, 17) 1977: 85].





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