Por: Carlos Dada
Amaños es la palabra más repetida estos días en todo El Salvador. Es el nombre que la agenda mediática ha dado al escándalo de partidos vendidos por seleccionados salvadoreños a apostadores internacionales y dados a conocer por el periódico deportivo El Gráfico y el canal internacional ESPN.
22 jugadores de la selección mayor han sido suspendidos por la Federación Salvadoreña de Fútbol. Al menos medio centenar podrían estar implicados. Pero la federación tampoco se escapa. El destape comienza a aflojar las gargantas y ya comienzan también las acusaciones que alcanzan a los máximos dirigentes del futbol salvadoreño.
La fiscalía allanó las casas de doce jugadores y tiene en la mira a entrenadores y directivos de la federación. Vendieron no solo la derrota sino el resultado y en algunos casos, según las primeras pesquisas, hasta el tiempo en que se registrarían los goles. Vendieron partidos amistosos y también partidos oficiales.Incluso eliminatorias mundialistas. Y apenas comenzamos a enterarnos de esto. "Originalmente pensábamos que podía tratarse de una travesura o un grupo aislado", ha dicho el fiscal general, "pero nos estamos dando cuenta de que aquí ya trasciende otro tipo de estructuras de mafias internacionales".
Que los jugadores de un país como El Salvador hayan vendido partidos es un acto de corrupción asqueroso. Esta ha sido la afición más agradecida del mundo, llenando estadios para apoyar a un equipo que nunca ganó nada. Gente con pocos recursos dormía en las puertas del estadio esperando que abrieran la taquilla para alcanzar un boleto y apoyar a su Selecta. Si el Cuscatlán ha sido una piedra en el camino de los demás equipos de Concacaf, cuando lo ha sido (cuando no vendieron los partidos), es debido más a la entrega apasionada -y no siempre correcta, es cierto- de los aficionados. Lo único que el salvadoreño pidió siempre a cambio fue entrega, fue que quienes portaban la camiseta nacional lo hicieran con la misma pasión y orgullo que aquellos que desde la grada demostraron una y otra vez ser incondicionales.
Es un acto de corrupción asqueroso. En Washington vendieron otro partidito, contra el DC United, con las graderías llenas de salvadoreños escupidos por su propio país que aun viviendo allá lloran todavía cantando el himno nacional. Antes de un partido que ya había sido vendido. Eso tiene que ser un acto de orfandad. Sin madre ni patria.
Así como de artero y doloroso es el golpe, así también es normal. La corrupción en El Salvador es normal. La norma. Lo que hacen hasta los que norman. ¿Por qué entonces nos sorprende tanto? ¿Qué tiene de extraño que los jugadores sucumban ante las mismas tentaciones que sus dirigentes, que sus representantes, que sus autoridades?
Aquí tenemos dirigentes deportivos vinculados al narcotráfico; diputados que cobran viáticos por viajes que no hacen; diputados presos en otros países por narcotráfico y lavado de dinero; un presidente de la República que ha decretado en reserva sus viajes y hasta la publicidad de Casa Presidencial; un presidente de la Asamblea que ha decretado en reserva hasta las obras de arte que compró con dinero público; alcaldes vinculados al narcotráfico; magistrados de la Corte de Cuentas involucrados en actos de corrupción; magistrados de la Corte Suprema involucrados en compras ilegales de tierras; diputados que viven en la impunidad a pesar de haber baleado policías, golpeado mujeres, presidido borrachos sesiones parlamentarias, aprobado leyes a medida de grandes empresarios, aprobado tratados de libre comercio sin haberlos leido (lo confesó el presidente de la Asamblea, lo juro), obtenido tierras destinadas a campesinos pobres, que cobran en dependencias públicas en las que no trabajan y que ni siquiera quieren dar a conocer sus gastos en asesorías; ministros corruptos y cómodos en su casa; asesinos y criminales de guerra impunes y millonarios; pandilleros condenados por asesinatos y torturas ahora convertidos en figuras políticas mientras el ministro de seguridad (ahora de defensa) justifica las extorsiones; periodistas que a la vez son asesores de políticos; jueces que trabajan para el crimen organizado; policías que trafican contrabando.
fuente : http://blogs.elpais.com
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