viernes, 9 de agosto de 2013

A Miami con toda la banda

Allí estaban Bartolo, el gozador; Victoria, el cuerpón del verano; Nancy, la recepcionista; las coristas, las bailarinas en bikini; y los conductores de TN3, el programa humorístico cubano-estadounidense donde trabajan todos, dándole la bienvenida a los metaleros de Hipnosis y algunos consejos para sobrevivir en el exilio. “Bienvenidos al cementerio de los artistas cubanos”, susurra entre dientes una de las bailarinas. “Si lo diré yo”, le responde otra. Había transcurrido una semana desde quela banda de heavy metal más popular de Cuba aterrizó en Miami y pidió asilo político, el 22 de julio pasado. En La Habana eran los frikis del barrio. Acá son uno más entre la nueva generación que en los últimos tres años ha abandonado la isla por asfixia, por hastío.
“Los blogs oficialistas han planteado que eran la banda más protegida por el sistema”, los azuza el entrevistador cubano Omar Moynelo, que dos décadas atrás trabajó en la televisión estatal de Cuba. Le responde el baterista de 29 años, Alain Candia: “Protegidos no éramos. Estábamos representados por la Agencia Cubana del Rock, como lo estaban otras bandas que hacen metal en Cuba. Lo que hemos logrado ha sido con nuestro trabajo”. De los cinco integrantes del grupo, Alain es quien más habla de política, para aborrecerla: “A ninguno nos interesa la política. Nuestra generación no tiene nada que ver con doctrinas. Hay muchas cosas en Cuba que son retrógradas, pero la gente así las acepta y no hace mucho por cambiarlas. No podemos ser parte de eso si queremos avanzar”.
En diciembre de 2000, el presidente cubano Fidel Castro y el trovador Silvio Rodríguez develaron una estatua de John Lennon en un parque del Vedado. Solo entonces se asumió como oficial el levantamiento de la censura contra el rock and roll en Cuba, prohibido desde el triunfo de la revolución, en 1959. Siete años más tarde, el género fue absorbido por la burocracia estatal con la creación de la Agencia Cubana del Rock: un organismo encargado de la “representación artística profesional” de las bandas y de autorizar y pagar sus shows.
Cuando una banda logra afiliarse a la agencia adquiere el derecho de tocar una vez al mes en la sala de conciertos Maxim y de cobrar 6.000 pesos cubanos por el recital que, en el caso de Hipnosis, equivalían a un salario de 19 euros mensuales por músico. Los grupos ajenos a la agencia no son considerados “profesionales” y tienen prohibido cobrar por sus presentaciones. Ahora se estima que existen en Cuba más de 50 bandas de rock; solo 16 están en el catálogo oficial y el número va en picado. Desde enero, cuando entró en vigor la reforma migratoria que permite viajar a los cubanos con pasaporte y visa, cuatro grupos han desertado a Miami y allí se han disuelto.
“Todo lo que hacíamos nos costaba demasiado trabajo”, explica Raymond Rodríguez, 25 años y guitarrista líder de Hipnosis. Vivía en Matanzas, a 90 kilómetros de la capital, y entre la espera y el viaje tardaba siete horas en llegar a La Habana para los ensayos, dos veces por semana. “Los grupos de rock que quedan allá están destinados a desaparecer. Nadie puede aguantar tantos años sin cobrar y sin recursos para seguir con la música”, dice Raymond.
Del inventario de la escasez crónica de alimentos y bienes que padece Cuba también forman parte las cuerdas para guitarras eléctricas, los equipos de sonido, los abrigos negros de hebillas plateadas y las lentillas azules que utiliza Giovanny Milhet, vocalista, cuando sube al escenario y se desdobla en “Zeppelin”, su personaje. Él escribe todo el repertorio en inglés y la guitarra que usa es regalo de un amigo extranjero; también el teclado que toca Indira Labañino.“Muchas de esas cosas tuvimos que venderlas para pagarnos el pasaje y la visa: una de las guitarras de siete cuerdas, una computadora, ropa”, dice Fanny Tachín, bajista, directora de la banda.
Cuenta que comenzaron a planear el viaje una vez que el dueño de un local en California les envió una carta de invitación para que fuesen a tocar. “Para salir de Cuba necesitábamos una carta de invitación que debe decir que nos cubren todo, aunque sea mentira”. Cada uno reunió 800 dólares (600 euros) para sus gastos y los de una funcionaria del Gobierno que obligatoriamente debía acompañarlos en el viaje. “Ojalá tengamos la fortuna de que alguien nos descubra”, aspira Fanny. De la funcionaria que vino con ellos, no tienen noticia: al cruzar la aduana le notificaron su decisión de quedarse y ya no la vieron nunca más.

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