martes, 30 de julio de 2013

“¿Quién soy yo para juzgar a los gais?”

La grabadora se detiene en el minuto 84. Durante todo ese tiempo, elpapa Francisco, de 76 años, ha contestado de pie las 20 preguntas que le han formulado los 75 periodistas de 14 países que lo acompañan en el Airbus A330 de Alitalia que lo lleva de regreso a Roma desde Río de Janeiro, donde ha presidido la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ). Ni Jorge Mario Bergoglio ni su portavoz, el padre Federico Lombardi, han pactado ninguna pregunta ni establecido ninguna línea roja. El papa argentino, que confiesa estar bastante cansado pero muy feliz por la acogida de Brasil —“es un pueblo amable, que ama la fiesta, que siempre encuentra un hueco en el sufrimiento para hacer el bien”—, habla sin rodeos de la corrupción en el banco del Vaticano, de ladetención de monseñor Nunzio Scarano —“no ha ido a la cárcel porque se pareciera precisamente a la beata Imelda”—, de la necesidad de una teología de la mujer en la Iglesia católica, de los gais —“¿Quién soy yo para juzgarlos?”— y hasta de su relación con Joseph Ratzinger: “La última vez que hubo dos papas no se hablaban entre ellos, se peleaban para ver quién era el verdadero. Yo quiero mucho a Benedicto XVI. Es como tener al abuelo en casa”.

Se refiere por propia iniciativa a los problemas de seguridad surgidos a su llegada a Río de Janeiro: “Se ha hablado de la seguridad por aquí y por allí. No ha habido ni un incidente. Todo era espontáneo. Gracias a que tenía menos seguridad, he podido estar con la gente, abrazarles, saludarles, sin coches blindados. La seguridad es fiarse de un pueblo. Siempre existe el peligro de que un loco haga algo, pero la verdadera locura es poner un espacio blindado entre el obispo y el pueblo. Prefiero el riesgo a esa locura. La cercanía nos hace bien a todos”.

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