Te pasas muchos años sin acordarte para nada de cosas que has vivido, y de pronto un rostro, un olor o un sonido te hacen iniciar una cadena de recuerdos, situaciones pasadas que se enganchan unas con otras como cuando metes la mano en un cuenco de cerezas y coges una y te salen tres.
Ese sonido me situó en el balcón de mi casa en Las Alcaravaneras, mirando desde arriba las chispas que salían de la piedra de amolar mientras las vecinas esperaban con sus tijeras y cuchillos comentando la comida que estaban haciendo, lo bueno que estaba el pescado de barquillo de hoy y lo cara que estaba la verdura.
Y ya situada en la azotea escucho también la trompetilla que hacía sonar Facundo, el vendedor de helados, y el tañido de las campanas de mi vecina la Iglesia de La Sagrada Familia, y la sirena que avisaba a los chicos que jugaban a las chapas en la calle que era hora de entrar a clase en el Colegio La Salle.
¡Los sonidos!
Cada vez que oigo la Sinfonía del Nuevo Mundo, de Antón Dvorák, me veo desayunando a toda prisa para ir al Colegio. Era la sintonía con que empezaba Radio Nacional, a primeras horas de la mañana. Siempre he relacionado esa música espléndida con un amanecer, sus notas me hacen sentir como la oscuridad se va retirando poco a poco para llegar a la luz. Y siempre tengo 10 años cuando eso ocurre.
Todo esto lo he vivido hoy gracias a que ha vuelto el afilador. Como están volviendo los que tocan a tu puerta para vender dulces caseros, como vuelven a trabajar mucho los zapateros que remiendan los zapatos, las señoras que se ofrecen para hacer arreglos de costura…
Si la desastrosa situación económica y social que vivimos sigue así más tiempo, tendremos muchas ocasiones para recordar los años 50. Mientras, escuchemos con esperanza la sinfonía de Antón Dvorák que nos promete un Nuevo Mundo.
fuente : http://www.marisolayala.com/
AUTORA , Maite Lacave
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