AUTORA MARIA SANCHEZ.
Estimado lector no piense, al leer el titular, que he perdido los papeles o como dicen lo jóvenes que se me ha ido la olla. Ni una cosa ni la otra.
Sencillamente deseo contarles que ésta es la sensación que experimento cada vez que me veo en la necesidad de ir a comprar la comida para llenar el caldero y, en consecuencia, saciar el apetito que acosa a todo ser viviente.
Como humanos que somos tenemos nuestras manías y, unas cosas nos gustan de un súper mientras desechamos otras. No dudamos en cruzar la ciudad para comprar aquella marca de café que es más de nuestro agrado: qué, si lo pensamos no tiene lógica aparente, ya que éste grano nace de un árbol y, supuestamente, todos deben tener la misma calidad salvo las variedades de; mezcla, natural o el conocido torrefacto. Pero nos encabezonamos por una marca determinada y no hay quien nos baje del burro.
El mismo dilema tenemos con las leches y las seudo leches: a unas les quitan las grasas y a la otra le añaden calcio. Con todo este trajín los precios varían y nos vemos sin saber por donde tirar ni que leches comprar.
Mientras caminamos, como en procesión por las diferentes calles del súper elegido, echamos una ojeada a los precios, a la vez que nos fijamos en la calidad, tamaño o grosor y, papel y bolígrafo en ristre, vamos haciendo las correspondientes anotaciones.
Al llegar a la siguiente estación, (entiéndase supermercado), sacamos nuestra lista de precios y vemos, con estupor, como los precios varían de uno a otro como del día a la noche. Lo peor ocurre cuando, por llevar el trabajo adelantado, compramos en el primero que visitamos, y al llegar al segundo decimos “¡oh cielos que horror!” El jabón de lavar está más barato que el que compramos media hora antes, mientras que los fideos están más caros.
Todo esto, que puede parecer una tontería, es lo que viven cada día las amas y amos de casa cuando de llenar la cesta de la compra se trata.
Los súper mercados han borrado de un plumazo las tiendas de aceite y vinagre. Si bien es cierto que en estas tiendas los productos son más caros, no es menos cierto que la razón radica en la gran cantidad que adquieren unos y lo poco que compran los otros.
Si a esto añadimos que en cada centro comercial se ha instalado uno o más de estos, gigantes de la alimentación, no es nada extraño que mucho público se decida por hacer sus compras en estos lugares. Ahí tienen aparcamiento fácil, lugar de juegos para los niños y, al final terminan en cualquier restaurante de comida rápida, por lo que se ahorran tiempo, no hacen el vía crucis pero terminan por pagar más por lo que han metido en la cesta.
Particularmente siempre me he sentido molesta por ir de compras de un lugar a otro. Pero les confieso que hoy me he concienciado de que antes de comprar hay que hacer ese doloroso vía crucis, nos guste o no, pues como dicen los gallegos las diferencias “haberlas haylas”
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