Me contó Miguelito, pastor de 83 años, todavía con
un buen puño de ovejas (unas cuarenta), de Caideros de Gáldar, que siendo él
niño, acompañó a su padre, de trashumancia, y que al llegar a donde iban a
pasar una temporada -propia del viaje y cambio-, al ver la tierra vacía de
comida, éste le preguntó y dijo a su progenitor, que allí, no había nada que
pudiera comer el ganado, a lo que el mayor (el padre) le dijo al entonces niño:
“¡Jijo, a la tierra le da vergüenza dejarse morir de hambre al ganado!”
Pues bien, viene esto a cuanto, porque la tierra, la tierra a pesar de que el
cabildo está detrás de toda ella, para comprarla, la tierra, no se vende. La
tierra no se vende, porque no hay traición mayor que a nada ni a nadie se le
pueda hacer, dado que la tierra, desde que el mundo es mundo, otra cosa no ha
hecho, sino darnos de comer. Y ello, dependiendo de los años de lluvia o
sequía, habrá sido más o menos, mucho o poco, pero siempre nos ha dado algo;
más aún, nos ha dado cuanto ha podido y más, aún exprimiéndose en ese intento
de no dejarnos de dar la comida, que a tal fin –se crea o no- nos la dio el
Creador, para sustentarnos y sostenernos. Siempre fue la depositaria de cuanto
en ella se sembrara, fuera semilla o plantas, y cual madre –así la llama San Francisco
de Asís-, y por tanto femenina, lo suyo fue preñarse, germinar, engendrar, cual
seno materno para darnos a luz la comida. Ella, la tierra, cual depósito de
alimento, despensa y almacén, siempre tuvo comida, más allá de las carencias de
agua y el requemado del sol. Los veranos más fuertes, no pudieron acabar con su
generosidad, si bien menos abundante, pero siempre generosa, nos dio hasta lo
poco que podía, sin guardarse egoísta para ella lo que el pueblo le pedía y
ello a duras penas, siempre dándonos el fruto de sus entrañas, aunque pareciera
agostada y sin fuerza para producir nada o algo, siempre estaba allí con comida
para quien la trabajara, y sin trabajarla, y a veces con la sorpresa de sus
exquisitas frutas (y frutos), escondidas e inesperadas. La tierra, como mujer,
como hembra, como persona, como humana, nos da siempre ejemplo de bondad,
de dádiva, de entrega, de donación, de..., y en tiempos de pobreza, de poca
comida, de hambre, de miseria, de paro, de crisis, de abandono de ella, de
prohibición de cultivarla, de..., ella caritativa, llena de amor, siempre da,
nos da, se da. Y da abundantemente, da sin límite, da siempre. Lo suyo es dar.
Con cuanta razón, el padre de Miguelito Jiménez Moreno –el pastor mayor, el
pastor rústico-, le decía a su pequeño hijo, aquello de: “¡Jijo, a la tierra
le da vergüenza dejarse morir de hambre al ganado!”, pero hay más: la
tierra, si no la compra el cabildo, usando de las estrategias de: acoso,
enviados, engaño, malversación, presión, etc., es lo único que nos queda.
Mientras nos quede la tierra, hay esperanzas, pero si se las apropia el
cabildo, esa será nuestra mayor desgracia: la muerte. Si no nos queda la
tierra, ¿qué nos queda? Lo dicho.
El Padre Báez.
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