En Bamako hace un calor infernal estos días. Algunas tardes, de repente, el aire se llena de polvo levantado por el viento, el cielo comienza a encapotarse y caen cuatro gotas que se traga la tierra sedienta. Es lo que llaman la lluvia de mangos, pequeños aguaceros que irrumpen en la estación seca, cuando le toca madurar a esta fruta. Pero la verdadera temporada de lluvias, esa que abre las compuertas del cielo durante horas y lo llena todo de agua y deja el ambiente limpio y fresco y feliz, esa todavía no ha llegado a Bamako. Y como a perro flaco todo son pulgas, el calorazo previo al tiempo de lluvias ha venido este año acompañado defrecuentes cortes de luz que convierten a ventiladores y aparatos de aire acondicionado en objetos inútiles durante varias horas al día. Sin embargo, esto no es lo peor. Lo más grave de los incesantes apagones es lo que representan de pérdidas para la actividad económica de un país sumido en una grave crisis política e institucional.
Los cortes de luz no son fruto de la casualidad. Si bien en esta época del año siempre suele haber apagones debido al bajo del nivel del río (una parte de la energía es de origen hidroeléctrico), la verdadera causa hay que buscarla en el hecho de que la empresa suministradora de electricidad al país, Energía de Malí SA(EDM), arrastra una deuda de unos 107 millones de euros con empresas petroleras, entre ellas la maliense Ben and Co. y la francesa Total, proveedores y bancos. Esta enorme deuda que atenaza a EDM ha impedido llevar a cabo el mantenimiento adecuado de las centrales, lo que limita la producción de energía. Y, para colmo de males, limita también a compra de combustible para abastecer a los grupos que sí funcionan, en un momento en que la demanda está muy por encima de la oferta.
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